El amor también se enferma

El aire era muy espeso. Tan pero tan denso que me pesaban los hombros, los huesos.

Los besos ya no duraban y las palabras eran asfixiantes sobras del dolor y del reproche.

Ni siquiera danzaba el viento para esfumar tanta discusión cenicienta.

El tabaco contaminaba cada hueco, cada silencio. (esos silencios vibrantes e incómodos)

El sudor se impregnaba en nuestras fatigadas almas. La sangre hervía en nuestras venas.

Los ojos ardientes y las lágrimas, saladísimas penas. Tus manos resquebrajadas ya no me sostenían, ya no me acariciaban. Mi piel sobre el papel, la fricción del hielo quemándome las manos. Las arterias desbordadas sobre los libros, el bolígrafo agonizando y la sangre en su pluma dorada y afilada. Las hojas manchadas de huellas digitales y pasiones desmesuradas.

El aire condensado agrieta las paredes, los espejos empañados de opacidad, las copas están vacías, los cuadros polvorientos, las fotos amarillas, el sol durmiendo.

La tierra de nuestro jardín, árida y sedienta. Nuestro amor deshidratado, descompensado, enfermo.

Las novelas y los cuentos me inculcaron desde niña que el amor era perfecto, perfumado, valiente y eterno. ¡Cuánta ingenuidad, queridos humanos!

Estuve indignada mucho tiempo con las canciones de amor, con dios y con los versos, hasta que logré ser conciente de la fragilidad y pureza del amor; él no es autoinmune, también se enferma, porque ¡errar es humano, y amar también!

El amor es un jardín que merece cuidado, dedicación y respeto.

Hay un paradigma erróneo en nuestras mentes acerca del amor. Hoy decidí quebrar ese paradigma, hoy se desataron las nubes y la fresca lluvia llenó de vida mi alma, (porque el agua es pureza, renovación y alegría) dejé al amor que beba hasta saciarse, respirando el perfume pluvial. Y bajo las diamantinas gotas, dancé la noche entera hasta la madrugada, rindiéndole culto al sol, maravillándome del cielo tornasolado e iridiscente.