Y con el invierno, hasta las palabras que regalas se congelan.
Se congelan tus ojos sobre los míos que se derriten, que se velan, que se caen, que se vuelan.
Y en tus labios, la miel ya se ha ido, y en tus brazos, la fuerza se encaprichó en dormir.
Nostálgica, recuerdo tu voz, tus ojos, tu sombra. Toda esa homogeneidad que te caracteriza. Todo eso que te diferencia de mí. Éramos tan opuestos que nos divertía, nos atrapaba, nos enloquecía y nos encantaba.
Los días y los meses se hartaron…¿de nuestra inmadura y prematura juventud?
Nuestros lazos se desintegraron, se resintieron, se convirtieron en sucesivas idas y vueltas.
En sucesivas lágrimas, en sucesivas grietas. En sucesivos abrazos rasguñados.
Desesperación, cartas, llamados. Nacimiento, vida, muerte, resurrección.
Distancia, soledad, ausencia.
Primer amor, no podría odiarte. Porque odiarte es olvidar lo hermoso que fue. Odiarte significaría no haberte querido como te quise. Odiarte sería negarme a aprender. Odiarte sería encogerme, no crecer.
Todo es simple y complejo a la vez.
Y así como nacimos en ese amanecer, de a poco nos fuimos pintando en el ocaso, el cual tiene el color de mis pestañas cuando mancharon tu cuello aquella vez.
Se congelan tus ojos sobre los míos que se derriten, que se velan, que se caen, que se vuelan.
Y en tus labios, la miel ya se ha ido, y en tus brazos, la fuerza se encaprichó en dormir.
Nostálgica, recuerdo tu voz, tus ojos, tu sombra. Toda esa homogeneidad que te caracteriza. Todo eso que te diferencia de mí. Éramos tan opuestos que nos divertía, nos atrapaba, nos enloquecía y nos encantaba.
Los días y los meses se hartaron…¿de nuestra inmadura y prematura juventud?
Nuestros lazos se desintegraron, se resintieron, se convirtieron en sucesivas idas y vueltas.
En sucesivas lágrimas, en sucesivas grietas. En sucesivos abrazos rasguñados.
Desesperación, cartas, llamados. Nacimiento, vida, muerte, resurrección.
Distancia, soledad, ausencia.
Primer amor, no podría odiarte. Porque odiarte es olvidar lo hermoso que fue. Odiarte significaría no haberte querido como te quise. Odiarte sería negarme a aprender. Odiarte sería encogerme, no crecer.
Todo es simple y complejo a la vez.
Y así como nacimos en ese amanecer, de a poco nos fuimos pintando en el ocaso, el cual tiene el color de mis pestañas cuando mancharon tu cuello aquella vez.