La depresión, resentida y frívola, capturó a todos los colores de este planeta en un lúgubre y ceniciento sitio. El motivo era la envidia y el rechazo que sentía hacia el amor naturalmente impulsado por la felicidad.
Todo se endureció hasta paralizarse, los colores se habían diluido y se marchitaría toda planta, toda flor.
Mi cuerpo, mis venas se nevaron, se cristalizó mi rostro, si sonreía éste se quebraría como un débil cristal.
Mi piel palideció, y mis cabellos negros perdieron luminosidad, se volvieron opacos como el carbón.
No había esperanza alguna para este planeta dormido en los suburbios, hechizado.
Una melodía comenzó a sacudirme, mi cuerpo danzaba libre, feliz, pleno, una voz interior cantaba la existencia de soluciones, la audacia de luchar por lo que queremos, soñamos y amamos. Esa voz me nutrió de luz y energía.
Decidí encontrar la llave maestra que liberaría a los colores presos de aquel amargo invierno.
Valoré la vida, adquirí una mirada óptima en cada noche oscura, inventé una canción para cada día, adoré al sol, a la luna, adoré estar viva.
Aprendí a quererme tal cual soy. También aprendí que la perfección no existe.
Este planeta está lleno de melodías que no todos saben escuchar, o interpretan de distinta manera; colores que no todos aprecian; luces que no encienden para todos, porque en nuestro interior no quisimos darles vida.
Esta noche salí al balcón, el viento acarició mi rostro, le dirigí algunas frases que transportó y esparció por el cielo.
Alcé mis ojos empañados en lágrimas y descubrí a lo alto, diosa de la noche, la esfera de espejos.
Mi alma se nutrió de paz, vainilla y chocolate blanco.
Todo se endureció hasta paralizarse, los colores se habían diluido y se marchitaría toda planta, toda flor.
Mi cuerpo, mis venas se nevaron, se cristalizó mi rostro, si sonreía éste se quebraría como un débil cristal.
Mi piel palideció, y mis cabellos negros perdieron luminosidad, se volvieron opacos como el carbón.
No había esperanza alguna para este planeta dormido en los suburbios, hechizado.
Una melodía comenzó a sacudirme, mi cuerpo danzaba libre, feliz, pleno, una voz interior cantaba la existencia de soluciones, la audacia de luchar por lo que queremos, soñamos y amamos. Esa voz me nutrió de luz y energía.
Decidí encontrar la llave maestra que liberaría a los colores presos de aquel amargo invierno.
Valoré la vida, adquirí una mirada óptima en cada noche oscura, inventé una canción para cada día, adoré al sol, a la luna, adoré estar viva.
Aprendí a quererme tal cual soy. También aprendí que la perfección no existe.
Este planeta está lleno de melodías que no todos saben escuchar, o interpretan de distinta manera; colores que no todos aprecian; luces que no encienden para todos, porque en nuestro interior no quisimos darles vida.
Esta noche salí al balcón, el viento acarició mi rostro, le dirigí algunas frases que transportó y esparció por el cielo.
Alcé mis ojos empañados en lágrimas y descubrí a lo alto, diosa de la noche, la esfera de espejos.
Mi alma se nutrió de paz, vainilla y chocolate blanco.