Cuando llegué a casa, todas las ventanas se encontraban cerradas.
Dejé la cartera sobre el sofá, y abrí una por una. La luz pintó las cuatro paredes de la cocina del color del sol, el aire fresco de la mañana llenó mis pulmones de cascabeles, y las fresias que yo misma cultivé en primavera me saludaron con sus felices pétalos, embelesando mi alma.
La mañana es el momento del día que mas aprecio, el que mas disfruto, y en el que mi alma experimenta una aterciopelada sensación de plenitud.
La melancolía me acostó sobre el sofá y esbocé un profundo suspiro que me alivió de verdad.
Observé la cocina, el comedor, el parque. Dediqué mi atención al duraznero. Me levanté de un salto, y me dirigí hacia donde se encontraba éste. Encontré uno de sus frutos sobre el prolijo césped. Luego de observarlo con curiosidad, lo tomé y entré de nuevo a mi casa.
Era el primer durazno que aquel joven árbol me regalaba.
Era un durazno tan suave, tan brillante, y tan perfumado.
Me senté en la silla del comedor y apoyé al durazno sobre el mantel lila. Era muy bonito, y su piel me recordaba a la tuya. Tan suave y aromática por naturaleza.
Lo tomé nuevamente entre mis manos, y percibí su aroma una vez más. Despacio y con delicadeza desprendí su delgada y suave piel para poder probarlo. Éste había despertado una sensación en mí. Sus gajos en mi boca, eran besos muy dulces.
Pero de pronto, descubrí el carozo en su núcleo; duro y áspero. Envuelto de sangre.
Este momento me recuerda a la vivencia del primer amor en la adolescencia. Su alegría, calidez, perfume, sabor, suavidad, inocencia. Y los inconvenientes que trajo el tiempo, el desgaste, la erosión del viento.
Al igual que el durazno, fuiste el primer fruto del amor y la naturaleza. Te percibí suave, fresco, joven, inocente y dulce. Y ese se convirtió en el motivo de mi recuerdo, de mi anhelo tan frecuente.
Tu corazón y el mío, como carozos, chocaron, y todo aquel encanto se desintegró gradualmente.
Pero aquel fruto que al probarlo, su dulzura despertó mi alma, nunca se disolverá de mi corazón, que como un carozo, se estremece, cuando el frío de tus ojos perforan al sol.
3.5.08
Aquel durazno
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