Recuerdo la sensación que tuve al finalizar mis estudios secundarios. Abracé el picaporte dorado de una puerta alta y ancha, atravesé el umbral con mi bagaje, una sonrisa, una mirada espejada, repleta de expectativas y un corazón musicalmente agitado.
El año dos mil ocho fue una etapa totalmente atípica con respecto a las experiencias previas que viví en los años anteriores. Yo sabia que terminar el colegio sería una liberación que afrontaría ansiosa, llena de incertidumbre pero segura de que mi vida sería más enriquecedora. Desde que caducó mi etapa colegial me siento libre, más adulta e independiente. Además, ya no soportaba la matriz religiosa, los discursos protocolares, los actos hipócritas y la estupidez de muchos rebeldes sin causa. La presión de tener que hacer las cosas de determinada manera a un tiempo impuesto. Al empezar la facultad, aprendí muchas cosas en pocos meses...
Aprendí a elegir mejor a las personas con las que quiero compartir mi vida,
aprendí que debo esforzarme mas en todos los aspectos, siendo perseverante y construyendo una sólida voluntad (que aún no constituí); aprendí que la vida es mucho más compleja y hermosa de lo que pensaba; aprendí a admitir quien soy en realidad y no evadirme con autonegaciones; también aprendí que nadie puede hacer nada por mi felicidad, yo soy responsable de mi misma; que a veces, es preferible dejar fluir cosas en el río, para perderlas y que no vuelvan a mí; que no todo tiene una resolución presente, aquí y ahora, muchas cosas deben dejarse fluir en suspenso pero atadas con una cinta a la muñeca derecha, como un barrilete tal vez, y observar cómo el viento lo abraza, y observando al barrilete también conseguís mirar el cielo y tener una visión panorámica de ciertas vivencias y aspectos de tu existencia.
(...) Cuando uno crece, algo se le expande en el pecho, y provoca un dolor necesario e inconfundible: la incertidumbre de ser una persona libre y responsable, una mezcla de angustia y regocijo, entre otras tantas mezclas y combinaciones emocionales en la vida de un ser humano.
El año dos mil ocho fue una etapa totalmente atípica con respecto a las experiencias previas que viví en los años anteriores. Yo sabia que terminar el colegio sería una liberación que afrontaría ansiosa, llena de incertidumbre pero segura de que mi vida sería más enriquecedora. Desde que caducó mi etapa colegial me siento libre, más adulta e independiente. Además, ya no soportaba la matriz religiosa, los discursos protocolares, los actos hipócritas y la estupidez de muchos rebeldes sin causa. La presión de tener que hacer las cosas de determinada manera a un tiempo impuesto. Al empezar la facultad, aprendí muchas cosas en pocos meses...
Aprendí a elegir mejor a las personas con las que quiero compartir mi vida,
aprendí que debo esforzarme mas en todos los aspectos, siendo perseverante y construyendo una sólida voluntad (que aún no constituí); aprendí que la vida es mucho más compleja y hermosa de lo que pensaba; aprendí a admitir quien soy en realidad y no evadirme con autonegaciones; también aprendí que nadie puede hacer nada por mi felicidad, yo soy responsable de mi misma; que a veces, es preferible dejar fluir cosas en el río, para perderlas y que no vuelvan a mí; que no todo tiene una resolución presente, aquí y ahora, muchas cosas deben dejarse fluir en suspenso pero atadas con una cinta a la muñeca derecha, como un barrilete tal vez, y observar cómo el viento lo abraza, y observando al barrilete también conseguís mirar el cielo y tener una visión panorámica de ciertas vivencias y aspectos de tu existencia.
(...) Cuando uno crece, algo se le expande en el pecho, y provoca un dolor necesario e inconfundible: la incertidumbre de ser una persona libre y responsable, una mezcla de angustia y regocijo, entre otras tantas mezclas y combinaciones emocionales en la vida de un ser humano.
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